VENECIA, LA SERENÍSIMA

Si cerraras los ojos y antes de abrirlos alguien te dijera que estás en la ciudad de los canales, seguro que no te haría falta echar mano a Google Maps para saber a qué lugar se refiere. Venecia, la Serenísima, la reina del Adriático, la ciudad de los canales. 118 islas comunicadas entre sí por 354 puentes y divididas por 177 ríos y centenares de canales. 120 islas si incluimos Murano y Burano y casi un centenar de puentes más en medio de una laguna pantanosa en el mar Adriático.

Algunos dicen que Venecia no es una ciudad sino un estado de ánimo. Una ciudad de agua en la que sus habitantes siempre han estado obligados a convivir con el líquido elemento y los problemas que esto supone. Cada primavera y cada otoño, por ejemplo, la ciudad sufre la llamada acqua alta, una marea que inunda completamente la plaza San Marcos dos veces al día. Ahora la ves, ahora ya no la ves.

La plaza San Marcos es el corazón de Venecia y una parada imprescindible para los turistas. En ella se encuentran los edificios más representativos de la ciudad, como por ejemplo la Basílica de San Marcos, el Campanario de la Basílica (el edificio más alto de Venecia) o el Palacio Ducal, y está rodeada de otras edificaciones espectaculares como la Biblioteca Marciana, la Torre del Reloj de San Marcos, Logetta o las Procuradurías Antigua y Nueva.

Cerca de la plaza de San Marcos tropezamos con el Canalazzo (el Gran Canal), el principal canal de Venecia. Esta calle de agua de 4 kilómetros y con forma de S recorre la ciudad desde la plaza de Roma (el último rincón de Venecia al que se puede acceder con coche) hasta San Marcos. Cuando lo transitas montado en uno de los vaporetti (el equivalente acuático al autobús urbano) que hacen el trayecto, sale a tu encuentro gran parte del riquísimo patrimonio arquitectónico de la ciudad, decenas de palacios construidos entre el siglo XII y el XVIII que nunca sabrás qué joyas esconden. También verás el transcurrir diario de los venecianos, con sus embarcaciones convertidas en fruterías, pescaderías y ambulancias, sus lanchas de policía y de correos.

En una ciudad en la que las bicicletas y el tráfico automovilístico están prohibidos, los barcos privados, los vaporetti y los traghetti (góndolas encargadas de cruzar el canal en los puntos en los que no existe un puente) son los medios de transporte de los autóctonos. Las góndolas son para los turistas. Y hablando de turistas, ni se te ocurra meter un pie en el agua de los canales ya que sus aguas están muy contaminadas. Sirva de ejemplo lo que le pasó a la pobre Katherine Hepburn en 1955 cuando rodaba la película Locuras de verano. En una de las escenas, la Hepburn caía de espaldas en un canal. Unos segundos en el agua y toda la vida en los ojos, ya que esa escena le costó una conjuntivitis de la que ya nunca se libró.

Pero la auténtica vida de Venecia transcurre más allá de la plaza San Marcos, el Gran Canal y el Puente de los Suspiros. Deja atrás los grupos de visitantes y aventúrate por las calles de esta ciudad líquida donde lo antiguo y lo moderno hacen que te cuestiones en que época te encuentras. Piérdete en las islas de Murano, Burano y Giudecca. En el Dorsoduro y en el Canareggio (donde se encuentra El Ghetto, el primer gueto judío y el que dio nombre al resto de comunidades judías europeas). Necesitarás tiempo y algo de paciencia para navegar por las impredecibles calles de Venecia pero solo de esta manera tendrás ocasión de descubrir el verdadero espíritu de este lugar enigmático y escurridizo. Una ciudad fundada en el año 421 cuyo apogeo llegó con la Cuarta Cruzada (1204), donde se acuñó el ducado, la moneda de oro que junto al florín fue uno de los patrones monetarios del mundo durante tres siglos. La cuna de Marco Polo, Tintoretto o Vivaldi. Un gran mercado de esclavos, uno de sus negocios más boyantes; esclavos comprados en Alejandría y Turquía se vendían en Europa y los esclavos rusos se destinaban al norte de África.

Pero como reza el dicho, todo lo que sube, baja, y a mediados del siglo XV empezó la decadencia de Venecia. Varias invasiones y tratados más tarde la llevaron a unirse al Reino de Italia en 1866.

Si ya estás planeando tu viaje a esta zona del Adriático, te recomendamos que esperes hasta noviembre o diciembre, los mejores meses para visitarla o, al menos, que evites ir en verano cuando el olor de los canales no incita a quedarse y el único sitio en el que perderte será entre los grupos de turistas.

Si no puedes esperar tanto a visitar esta enigmática ciudad, recuerda que en febrero se celebra en Venecia uno de los mejores carnavales del mundo junto con el de Río de Janeiro. Una tradición que data del siglo XI y por la que, en pos del hedonismo, acudían a Venecia comerciantes y aristócratas de toda Europa. A pesar de que casi desapareció, en 1979 se recuperó con éxito y durante diez días (este año se celebra del 22 de febrero al 4 de marzo) las máscaras y los disfraces de época inundan todos y cada uno de los rincones de Venezia.

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